eyeliner

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solamente una mirada es suficiente para hablar

lunes, 15 de noviembre de 2010

comparaciones.

Me quedé allí plantada debajo de ese paraguas verde que tanto te gusta, porque dices que te recuerda a las manzanas, mientras tú seguías hablando.
Me quedé mirando a la araña que huía espantada de las gotas de lluvia mientras veía cómo aquella telaraña que llevaba tres días construyendo se mojaba. Probablemente no estaría preocupada, las telarañas aguantan lo que sea. Y pensé en lo bonita que estaría al día siguiente cuando las gotas colgaran por cada uno de sus finos hilos, mientras la luz del sol traspasa por ellas formando en alguna parte entre las hojas del pino un diminuto arco iris imperceptible para el ojo humano.

Y empecé a pensar en todo lo que tenía que decir y en lo poco que había despegado los labios para pronunciar palabra. Tú, sin embargo, tenias el día hablador. Y no parabas de decir cosas (poco) trascendentales para tu vida y para la mía. Y yo seguía queriéndote contar todo. Pero no sabía cómo, ni dónde, ni cuándo. Sabía que no soportarías la verdad. Y que nada de lo que yo dijera para animarte o para quitarle hierro al asunto te valdrían ni  haría que te sintieras mejor. Además, yo no era la persona más adecuada para darte palabras amables. Yo era la portadora y la provocadora de las malas noticias. Yo era (o iba a ser) la mala de la película. Porque todo era una mierda. Y yo era una mierda. Pero ya era demasiado tarde para cambiar al plan B.

Y tú seguías hablando desde debajo de tu paraguas.

Y quise ser la araña. cuya mayor preocupación era permanecer seca durante el ratito que durara la lluvia. Quizás la araña necesitara mi paraguas verde manzana más que yo. Total, no mojarme no iba a hacer sentirme mejor. Ella, sin embargo, se rodeaba de las ramas verde botella que el pino le proporcionaba y le daban abrigo. Sus ocho patitas no paraban de moverse inquietas ante la percepción de humedad a su alrededor.
Pero entonces algo sucedió, y empecé a dejar de verla como un ser indefenso que solo pretendía resguardarse del aguacero. Recordé que en realidad era una araña. Un bicho asqueroso al que siempre había tenido manía. Quizás fuera porque de pequeña en el pueblo, me desperté una mañana y tenía una dándome los buenos días junto a mis piernas. Empecé a darme cuenta de lo estúpida que parecía, moviéndose constantemente de un lado a otro y sin penetrar en las profundidades del pino, donde (probablemente) el agua no llegara, al menos no de forma tan copiosa. Y empecé a darme cuenta de que era de un color marrón muy feo, incluso más feo que el chándal ese que me hacían ponerme en el colegio cuando hacía gimnasia. Y vi que tenia un montón de ojos repugnantes mirando a no se sabe dónde. Y su boca, diminuta, era viscosa y nauseabunda. Y empecé a sentir asco.

Pero me di cuenta de que estaba juzgando a la araña. De que había vuelto otra vez a dejarme llevar por mi vena criticona que siempre estropea todo. Es como una enfermedad. Cuando conozco a una persona siempre me dejo llevar por las primeras impresiones. Son horribles. Nadie suele tener una buena desde el momento cero. Incluso yo sé que soy una persona repelente en la primera impresión. Pero no puedo evitarlo y me dejo llevar, y etiqueto a las personas, y comienzo a detestarlas, o a investigarlas para saber si realmente soy tan buenos como creo. Y así me va. Que luego me llevo las decepciones más tontas, y odio a las personas equivocadas
Pero a veces también sucede que acierto con una persona, y que realmente es estúpida, o que realmente es genial. Y cuando la persona es genial, a veces sucede que, de repente, un día, empiezo a verle defectos. Pequeñas cosas que me sacan de quicio y que acaban por volviéndome loca. Y acaban por estropearle. Y me estropean a mi. Y estropean TODO. Y entonces tomo una decisión precipitada y mando todo a la mierda. Y me equivoco. Y me jodo. Y les jodo.

Pero nada de eso importa. Porque en realidad lo que quería decir era que.... Lo que quería decir era...Perdona, ¿de qué estábamos hablando?

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