eyeliner

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solamente una mirada es suficiente para hablar

jueves, 6 de diciembre de 2012

Gracias.

Miraba las gotas de agua caer, una a una, todas a la vez, sobre la ventana. La suave manta roja cubría su cuerpo, cálido, como el humo que se evaporaba desde su taza de café, con leche, sin azúcar. El ordenador a su derecha, con un par de conversaciones a medias y una canción sonando de fondo, Vetusta Morla, Copenhage.
Mira las fotos sobre la mesilla, las fotos de la pared, las fotos en la cartera... sonríe. Realmente sabe quién se merece un hueco en esa habitación. Rememora todos los momentos vividos con esas personas, y todos los que le queda por vivir. Toma un sorbo de café.
"Las cosas han cambiado" piensa "pero esta vez para bien".
Mira de reojo las galletas con trocitos de chocolate que hay sobre la mesa. Coge una. No puede resistirlo.
Se agacha hacia el ordenador y escribe un par de tonterías. Luego va a la carpeta de "Imágenes" y se pone a ver algunas fotos. Se detiene en una.
Es una foto de la playa. De hace cuatro, o cinco años. Sale con unos amigos en una fiesta en un barco. No es la típica foto en la que todos salen sonriendo y mirando a la cámara. Están felices, y se les nota. No son sus mejores caras, pero no podían dejar de reír y de gritar, de disfrutar, de quererse unos a otros. Las caras han cambiado, pero esa gente sigue igual. Riendo, y queriéndose a su lado.
Vuelve a morder la galleta.
Otra foto. Y otra, y otra más.
Foto de dos años atrás. Ella, en un bar de un pueblecito en la montaña, sentada en una mesa. A su alrededor, cinco personas. Seis en total. Están agarrando una cerveza. Brindando. ¿Por qué? Ya no lo recordaba.
Sorbo de café.
Solía gustarle esa foto. Encantarle. Pero ahora ya no tenía sentido. Las cosas habían cambiado. La gente había cambiado. Y en su momento, ella pensó que jamás encontraría a personas que llenaran esos huecos de esas tardes.
Vuelve a mirar a la ventana.
Estaba equivocada.
"No dejar de buscar, no dejar de sonreír, y no dejar de vivir". Eso era lo que había aprendido en este tiempo, en poco tiempo, pero el suficiente como para saber que lo mejor de la vida no está aún por llegar, sino que nunca deja de estar presente en cada uno de nuestros días.
Ha descubierto un mundo. Se ha descubierto a ella. Y lo único que le sale es sonréir y callar. Porque no existen palabras suficientes para que ella exprese lo feliz que es ahora. Así que resopla, termina de un bocado la galleta y se toma de un trago el café, se pone la chaqueta y justo suena el timbre.... Allá vamos otra vez.