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solamente una mirada es suficiente para hablar

viernes, 8 de noviembre de 2013

Te maldije.

Lo confieso: planeé tu infelicidad una y otra vez. Soñaba con que lloraras todas las noches, maldijeras tu suerte y envidiaras la mía.

Te maldije, pues no me gusta(ba)s, aún sin conocerte. Y te he deseado la peor de las vidas. Aunque supongo que lo hacía porque sabía que mis deseos eran irrealizables.
Te miro y veo sonrisas en tu rostro. Sonrisas que deberían ser mías. Pisadas cuyas huellas no te pertenecían. Momentos cuyas lágrimas debían haber caído sobre mis mejillas.
Nunca he escuchado tu voz, y sin embargo sabía que las palabras que habían pronunciado no deberían tener el más mínimo significado para los oídos que las recogían.

Te maldije, pues me robaste. Bueno, no es cierto...me dejé robar. Eso tampoco lo es.
Digamos que no fui lista, y no protegí mis tesoros como un buen pirata hubiera hecho. Quizás fue por inexperiencia, por arrogancia o por prepotencia. Jamás lo averiguaré.
Solo sé que maldito el día que arrojé el candado al mar y me quedé con una llave que no abre ningún cofre. Una llave desamparada que a día de hoy se pregunta si alguna vez debió desprenderse de su llavero.

Te maldije. Pero ahora me doy cuenta que la única maldita soy yo. Y que la sangre derramada en mi honor está siendo mi penitencia. Y merecí todos los finales infelices que jamás llegaron a ver perdices.

Lo confieso: fue mi culpa.